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Millennial 41 (Drachart)

Dos profesores fuman junto a la entrada de una escuela secundaria.
- ¿En que pensas Drachart?
- Pienso en algo que me dijo un alumno hace tiempo… ¿Cómo que no es importante el objeto concreto sobre el que se escribe? De repente la escritura sin objetivo, el escribir por escribir, es la parte más importante de un proceso que no va, por ello mismo, a ninguna parte. Una aberración. Se lo tendría que haber negado más demoledoramente, tendría que haber sido mucho más agresivo, y sopapearlo arrastrado por toda la sensibilidad Romántica. La literatura que se escribe para sí misma, querido estudiante de secundaria (tendría que haber dicho) se hunde por su propia subjetividad, se aleja de la superficie, donde los eventos del mundo se desarrollan y no se toma nada en serio, salvo las emociones pasajeras que la mente que maneja esa mano inexperta tiende a percibir como eternas e invariables. El escribir por escribir muere con la edad, y el “Romanticismo” muere porque no puede vivir fuera del agua, e inevitablemente la madurez lo arrastra a tener los pies en la tierra. Escribir por escribir es una etapa evolutiva, no toda la evolución. Y puede afirmar tal cosa porque tenemos el agrado de vivir en el siglo XXI, por lo que además hace dos siglos que puedo decirlo.
La historia literaria tiene mucho de historia individual y viceversa, mucho, pero no en relación univoca. Como decir que el movimiento de los electrones alrededor del núcleo (que deben haber visto cientos de veces en Química) se corresponde con el de los planetas alrededor del Sol (del que no creo que tengan idea, porque esta institución - mira a los lados - solo quiere que se miren los pies). Por eso la gran mayoría de los que todavía perseguimos todos aquellos falsos ideales que teníamos de lo que era ser escritores, en primera instancia, intentamos emular a los grandes. ¿Y quiénes son los más grandes de los grandes? Por supuesto, los Clásicos. Y los Clásicos no son solo Platón y su gastadísima alegoría de la caverna (que vieron el año pasado en Filosofía) ni Troya, que sería la Ilíada de Homero vista a través del filtro hollywoodense, que es lo mismo que decir vaciada para cabezas vacías. Claro que no. ¿Cómo algunos no van a “entender” la poesía y otros van a celebrar indiscriminadamente que la producen cuando ninguno de los dos conoce a Catulo? Como no les van a encantar las malas novelas, mercantilizadas hasta la náusea, si no conocen las verdaderas tragedias de Séneca (y no, Edipo no es solo Freud). Y les hubiera nombrado dos para no quitarles demasiada capacidad de procesamiento.  
Una vez pasada la etapa Épica - su oyente apaga su cigarrillo - del reconocimiento de los fríos y los calores de la tragedia y la comedia, y de la búsqueda de los héroes y las figuras extra parentales, nadamos con brazo ágil a los historiadores medievales. Y el que crea que el medioevo son un montón de monjas y campesinos encerrados en una iglesia oscura por órdenes de un terrateniente tiránico puede irse ahora mismo del aula (le tendría que haber dicho). Claro que el Medioevo es oscuro por la sombra de la religión (la cual muchos de ustedes ya se dieron cuenta de que no eligieron) pero creer que la humanidad se detuvo es una estupidez, y para el que lo siga creyendo que lea “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam (o no, y no cambien su opinión nunca, que parece ser la parte más cómoda de ser ignorante) o tómense un segundo para reconocer el origen trovadoresco de este neo romanticismo patológico.
El preadolescente sale de los clásicos con una especie muy particular de sentido de grandeza, que tiende a atribuir a la naturaleza y los sentimientos. Por un tiempo cree ver más allá de lo “filosófico” en el peor de sus sentidos, y se vuelve casi realista, o se lo obliga a volverse. Los padres no son héroes y los héroes son todavía más héroes, y por supuesto que la mayoría de ustedes todavía tiene algún disco o alguna remera de los suyos. Esta búsqueda de uno mismo, este reconocimiento, inevitablemente los llevará a una especie de Renacimiento, como último vistazo a la parte más baja del río en el que se los tiró cuando nacieron (y cuya corriente, soy el vivo ejemplo, los va a arrastrar). El escribir se vuelve un acto auto reflexivo, cuasi sagrado, y llega el racionalismo, y se las saben todas. Lo lindo de envejecer es que uno puede tomar dos caminos: darse cuenta de que la ilusión de saber todo basado en primeras impresiones era una estupidez, y que la vida y la literatura son mucho más complejas, que la “suposición” nunca es tan válida como la verdad; o mantener la misma postura, y atravesar la vida convencido de que se posee una mente brillante (que otra vez, es más cómodo). El Racionalismo, sin demasiada sorpresa, paso mayormente por el lado de las ciencias, llamándose Funcionalismo y Estructuralismo los intentos de transformar a la literatura en una de ellas. Todas las ideas que llevaron a esos celulares, que no pueden dejar de masturbar, empezaron ahí, e incluso los métodos para observar átomos y estrellas. Y entonces saltó, como no podía ser de otra forma, una idea de arte de dientes afilados para hacerle la contra. La última rebelión por la rebelión misma, el Romanticismo. Como si algo pudiese pecar de ser demasiado racional (Kant de lado) - Drachart tira su cigarrillo porque le quemaba los dedos - el Romanticismo volvió a poner en cuestión los sentimientos, la emoción subjetiva como punto principal de la expresión artística, y otras pelotudeces como la inspiración, y el trabajo poético desligado del esfuerzo. Y como el cristianismo en su momento, dos siglos después la idea de que todo el arte es romántico sigue vigente.
Lo que no vieron ustedes, o vieron a medias, es que después de toda esa mariconada (con todo respeto a quien pueda sentirse ofendido), es que no mucho después a ese oso que nos pescaba como salmones de río le dieron un tiro directamente entre los ojos. Y la bala se llamaba Vanguardia, y la Vanguardia es muchísimo más que Dalí y Picasso. La Vanguardia se dio cuenta de esta ida y vuelta entre lo que se esperaba que fuese el arte, y de la crisis en su centro que cuestionaba su propia existencia (una de las crisis más fructíferas de todos los tiempos), y volvió disponibles todos los recursos de las épocas anteriores, simultáneamente, marcó un corte, y obligó a una nueva búsqueda, en la entrañas del oso. Esta simultaneidad está muy lejos de ser motivo de preocupación, nos deja ser un oso color salmón, o un río-bala, pero para el que no conoce ninguno de los estilos precedentes es todo lo mismo, y claramente no lo es. La apreciación del arte es subjetiva, el arte en sí mismo no lo es. La apreciación del arte es relativa (como decía, depende mucho de lo que conozca el observador), el arte mismo no lo es. Toda obra escrita tiene parámetros puntuales bajo los que puede ser evaluada (el Funcionalismo llevó esto a la exageración), puede, pero la mayoría de las veces se la consume sin saber que se consume, se le da un producto vacío a una cabeza vacía, y todos contentos. La relativización del arte, o la permanencia virulenta del Romanticismo (le tendría que haber dicho) no son consecuencia de la historia del arte, sino, querido alumno de secundaría, de que vos seas un pelotudo, y de que no se me permita educarte para lo contrario.
- Ok.
Suena el timbre que señala la finalización del recreo. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

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