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Millennial 21 (Carnifex I)

Carnifex llegó a la Tierra hace 25.540 años. La inminente destrucción de su sistema planetario en Andrómeda VI obligó a su especie a enviar parejas de colonizadores a diferentes puntos de la galaxia con la esperanza de reformar un imperio azolado por guerras internas. Haciendo uso de su avanzada tecnología el plan pareció dar resultado: the apex predators of his race fueron desmaterializados en su planeta de origen, transformados de materia a energía, y enviados a través del espacio a planetas que se pretendían deshabitados, pero su compañera falleció en el trayecto. En algún momento de los dos millones y medio de años que viajaron a la velocidad de la luz su información constitutiva se corrompió, y lentamente se disolvió en la siempre cambiante energía del cosmos. De los dos enviados solo Carnifex llegó a la Tierra, una mañana helada de otoño: él también había perdido algo en el camino. Lo que causó la inexplicable explosión que removió a los pájaros de sus nidos no era el mismo Carnifex que había dejado su planeta: nunca estuvieron preparados para viajar tan lejos. La continua expansión del universo había distorsionado también el haz de luz que alguna vez había sido su cuerpo, hasta transfórmalo, una vez rematerialized, en una masa incolora irreconocible, sin memoria y sin vitalidad, tan solo la sombra de una personalidad y un dolor atroz. Pronto su instinto de apex predator kicked in: buscó desesperadamente asimilarse con alguna forma de vida autóctona. Lo primero que sintió fue a los pajarillos que había ahuyentado volviendo a los árboles que lo rodeaban. Su biología a base de carbono sería más que suficiente, tan solo un medio de supervivencia, un bálsamo para la quemazón que sentía en cada una de sus células. Pero no tenía la fuerza para alcanzarlos.
Los sintió volar sobre él usando lo que quedaba de sus destrozados sentidos, sintió su calor y el aire desplazado por sus alas contra al frío que amenazaba lentamente con extinguirlo, y justo cuando sentía que se le escapaba la conciencia, una nariz peluda se le acercó lo suficiente como para olfatearlo.
Durante los milenios siguientes rondaría el planeta condenado a una inmortalidad que solo podía darle su biología extraterrestre, bajo la forma de un conejito negro, con un triángulo rojo entre los ojos y con pequeñas alas del mismo color en el abdomen, que al hacerlo levitar harían parecer que el viento mismo lo aupaba. Ningún recuerdo de Andrómeda VI, ni de su compañera, solo hambre exploratorio y un libido descomunal.   

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