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Millennial 13 (Ofidios)

Abandonó la cueva al amanecer con la lanza en alto y las piernas descansadas, pero ahora vuelve arrastrando su peso. De sol a sol recorrió la llanura desierta, y no se ha cruzado con ningún otro ser vivo. Algunas nueces y frutas en diferentes estados de fermentación se agolpan colgadas en su cintura, pero no ha conseguido nada más. Pronto serán los únicos en aquella vastedad inmóvil, y no puede evitar imaginar a su hijo persiguiendo sombras en lugar de ciervos; intentando espantarse de los ojos las manchas del hambre, y del vientre la hinchazón desfiguradora. Llega al umbral de la cueva con los hombros pesados y los brazos vencidos, la poca energía que le quedaba se esfumó con las últimas luces, pero su mujer no debe saber que le gritó al sol hasta que se quedó sin aire. 
Y la encuentra cerca de la entrada, con su hijo en brazos. Un fuego alto de esperanza crepita contra una de las paredes interiores, negra por las noches de llanto del pequeño. Una vez más no habrá nada que asar. Una vez más las miradas se encontrarán y caerán por tierra. La escamosa mano femenina dejará el tranquilizador arte para otra noche y para la tintura de otras frutas. Y él acariciará su cabellera de tentáculos hasta que quede dormida, y el pequeño le escapará al hambre en su charquito de agua entre ellos.

Los cuerpos verde-marinos amanecerán llamados por el silbido de un viento que no encuentra nada a su paso. Se levantan pesados, furiosos y tristes. Él sabe muy bien que deberían haber migrado con el resto del clan. Se lo repite cada día al volver con las manos vacías, y se lo reprocha al sol, y al viento y a la llanura; y a sí mismo. Las manos de su mujer tiemblan cada día un poco más, y el llanto de su hijo es apenas un ronroneo.
Sale de la cueva mirando fijamente al gigante rojo en el cielo. Si las nubes perpetuas no se compadecen de ellos pronto también pasarán sed. Lo siente en la escamas de su espalda: entre su calor corporal, ecualizado con el que le llega del sol rojo, y la hirviente llanura, el agua ha desaparecido. Throught his third eyelid he must recognize the path ahead, debe recorrer la llanura por senderos que no halla recorrido antes. Debe encontrarse a sí mismo en las anteriores esperanzas que se esmeró en borrar el viento.
La lanza avanza a media asta, pero los músculos se resisten a dejar de quemar. La marcha se inicia en un momento cualquiera, furiosa como la hoguera vacía. Y toma velocidad, jugándole una carrera a un viento que es un silbido que se vuelve cada vez más agudo hasta desaparecer, como sus horas.
Y entonces cree oler algo con la lengua, que no es roca ni madera, ni sal ni huesos blancos. Tarda unos minutos en oírlo, corriendo hacía esa dirección: la lluvia también ha olvidado a un puñado de peces voladores. Les salta encima como sí tuviera la necesidad de reclamarlos como suyos. Al primero que toma lo estruja con el puño (pues no son más grandes que su puño) y finalmente siente la esquiva humedad de otro ser que se debate por seguir vivo. Inmediatamente le arranca la cabeza de una mordida. They are one now.
Cuando consigue ahuyentar al animal en el que se había convertido la sangre de otros dos corre por su afilado mentón. Los dos que sostiene en las manos serán el símbolo de su clan, si los ayudan a sobrevivir lo suficiente. Los envuelve cuidadosamente en la piel de uno de los devorados para que mantengan la frescura y se los cuelga separados de las nueces y las frutas, porque son, ahora, su pequeño tesoro. En un atisbo de cordura vuelve a saborear el aire, pero no siente nada más, aunque sabe que ese es un camino por el que vale volver. Su carrera de vuelta a la cueva no puede esperar a la caída del sol.
Pero lo que encuentra does not fall short of the paradox of founding fish in the middle of the desert: cinco seres iguales a él mismo pero vestidos con colores extraños se deslizan por debajo de la línea del horizonte, en dirección a la entrada de la cueva. Han visto el humo de las noches perdidas y la marcha de sus lanzas declara que no temen herir la carne hermana. Por unos segundos podría confundírselo con el viento: llega antes que ellos y sin ser visto. Sin aliento intenta explicarle a su mujer lo que está a punto de pasar, pero ella está hipnotizada por los pececitos. Intenta ponerla en pie, porque deben huir, porque quedarse no es una opción, pero sus piernas están demasiado débiles. En un funesto escalofrío siente que se le escapa la existencia de las manos: pero su mujer deja de ser un animal mucho más rápido que él, y le señala los pilones de ramas recogidos. El pequeño dormitaba hasta que el pilón se derrumbó y fue corrido a las apuradas. Los brazos escamados queman la última comida en un instante, y una lanza enmascarada por el viento le pasa demasiado cerca cuando todavía la entrada no estaba tapiada. Un cuerpo verde-marino se encuentra con la punta mortal de la suya al querer escabullirse por la abertura. Y la batalla se transadla forzosamente afuera. Cuatro de ellos lo rodean, todavía con el mentón encendido. Uno más tendrá que caer con el cuello desgarrado for him to realize que se trata de adolescentes. Uno se le escurrirá hacía la cueva al ser herido en una pierna, y otro comenzará a retroceder queriendo perderse en el desierto, al ver que aquella locura es mucho mayor que su propio hambre. Muy diferentes serán las dos heridas mortales: la primera el eco de un alarido proveniente de la cueva, la segunda la punta de una lanza lentamente introducida en el pecho de quien le destinara a su agresor exactamente lo mismo. Su cuerpo ofidio caería a tierra sin ser visto por los ojos del último en pie, cuyos pies se perderían ruidosamente en la distancia. Y desde la cueva, silencio.

Varios miles de años después alguien encontraría curioso el ideograma de dos peces voladores atravesados por una lanza que se repetía numerosas veces a lo largo de un sistema de cuevas, por entonces, en plena jungla. Su mujer nunca sabría que fueron sus gritos al sol los que trajeron la lluvia.  

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To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

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