Ir al contenido principal

Millennial 19 (Aleatoriedad)

Burning up your brain like a piston. El fin de semana de ambos será arruinado por la lluvia, pero no la misma, porque viven en diferentes puntos de la ciudad. Los vecinos de piso de abajo de alguno de los dos desafiaran al clima dando una fiesta, cuya música durará exactamente hasta las 5:55 de la mañana del domingo. El otro advertirá que los tres hijos de un amigo se han resfriado todos a la vez, por lo que consigue escuchar a través del teléfono.
Uno de los dos pegará un jabón que se acaba con otro nuevo, y recordará las clases de química de la secundaria. Es el mismo que se pasará la mayor parte de esos días libres poniéndose al día con una serie. Extinction is the rule. 
En un táper en alguna de sus heladeras un guiso de lentejas deja de ser apto para el consumo. Una rata que no se mostrará hasta dentro de algunos días lo degustará directamente desde el tacho de la basura. No habrá tenido crías, pero habrá vivido hasta el límite de su esperanza de vida.
Una plaza ubicada en el punto medio entre sus hogares hará maldecir a un adolescente al que le cancelaron el primero, de lo que él deseaba, serían muchos encuentros amorosos. Time spent with cats is never wasted. Allí mismo recibiría la lluvia un encendedor medio vacío, un envoltorio de chupetín, decenas de chicles, y el familiar más directo que le quedaría a la rata, que habría sido atacado por un perro.
A diez cuadras en cualquier dirección la lluvia forma una gruesa cortina. En el límite noroeste de tal círculo hay una farmacia que vende éxtasis a precios accesibles. Hace unos meses una anciana se llevó algunas pastillas sin darse cuenta y tuvo la clase de Pilates más salvaje de su vida. La nieta mayor de una de sus compañeras estudia filosofía, y su abuela no le entiende la mitad de lo que le comenta cada vez que le pregunta cómo le va en la universidad. La única droga que ha tomado la estudiante, en su vida, ha sido Freud. 
El plástico tarda quinientos años en descomponerse, una rata probablemente menos. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

También el jugador es prisionero

   Apoyó la mano sobre el mármol frío y sus dedos todavía húmedos dejaron cinco cicatrices translucidas. La tenue luz que se filtraba por la persiana a media asta cargaba el monoambiente de un gris que emulaba el de la mesada que acababa de rasgar. Afuera otro chaparrón veraniego parecía inevitable.   Un rayo de luz se dobló en su iris en el ángulo correcto como para, por una fracción de segundo, hacerlo alucinar un fantasma sentado en la silla de la computadora. Una tosca fotografía de él : pura silueta, puro recuerdo subconsciente del contacto de su piel. Lo corrió de su lugar y, todavía semidesnudo, se sentó a terminar de leer el poema de Ascasubi. El examen final que estaba preparando, y algunas otras cuestiones, lo tenían lo suficientemente ansioso como para haber necesitado aquella ducha en primer lugar. Toda la cosa le estaba llevando mucho más tiempo del que estaba dispuesto a reconocer y hacía relativamente poco que al amparo de la mitología borgiana sobre los cuchilleros h