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Millennial 18 (Ferdinand II)

La catástrofe climática lo encontró en pésimas condiciones. Su paso por la ciudad, que no debía durar más de un fin de semana, se había transformado en una semana completa. Y no podía evitar pensarlo como algún tipo de castigo divino: lo que lo había llevado a Connecticut había sido la puesta en venta de una casa que había pertenecido hasta hacía algunos meses a una vieja tía suya, hogar humilde que por su ubicación valdría buen dinero, pero que de un momento a otro se había convertido en su prisión.
No había pasado mucho antes de que el frío se comenzara a filtrar hacía dentro. Los meses que había permanecido desocupada habían sido suficientes para que no quedara en ella nada de valor que no hubiesen tomado sus primos: ni relojes ni fotos, ni platería ni adornos de bronce, ni gas ni luz. El primer día descubrió que lo único que todavía funcionaba era la canilla de la cocina, de la que salía un agua tan helada que le hacía doler los dientes. Lo descubrió al volver apuradamente sobre sus pasos en dirección a la estación de trenes, cuando había creído que se le caerían las orejas. Varios miembros agarrotados e intentos de libertad fútiles después, él y su testarudez cayeron en el único sillón que quedaba en el living room (el que no se habían llevado porque en él había fallecido su tío). Un brevísimo recuento de inventario dio en dos chicles de nicotina, media utterly disgusting barra de cereal, una lata de ananá olvidada en lo más hondo del bajo mesadas y “ni hablar de comer de la bolsa de alimento para gatos”. Lo último lo pensó hasta la noche del día siguiente. 

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Rave

To Dylan Thomas, the bluffer.   Go drunk into that dark night. Rave, rave with your self’s shadow, dance. Dance to electric, acid drums. Go drunk into that dark night alight by fluorescent wristbands. Rave against living, against dawn.   Lay bare, under a dark sky, what we all are. Go to the bathroom stalls, past the raving crowd, break in line and start a fist fight. Get drunk and  scarred, animal. Smile, neon bloodied, at oblivion. Rave against all lights unflickering, against all unbroken bones, against those who dance and those who don’t: be an asshole. And dance, dance electric seraph, dance, dance to acid drums.

Manuscript found in Lord Byron’s bookcase

                                                                                                                                                                                                                            To Percy, light upon his waterbed.     I’m the Scorpion King.   Beware, not the Camel King, nor, albeit my rattling ways, a snakish one.   My reign is a desolate wasteland which I, myself, have created. Where dumb-dumb  Ozymandiases  rust. Where mythologies go to die like an, oh so secretive, fart. Far away enough of people so they can pass quietly and unheard.   My reign is also of venom: purulent, vicious. Highly alcoholic melancholy, not of lethargic rest but instead breeder of anxious sleep, of bad poetry during late hours best served for onanistic endeavors.   ¡Behold the Scorpion King!   ¡Behold my drunkenness, ye mighty, and compare: the width of your temples to the size of my ding-dong!   Only one of them remains. Funny looking scorpion tail amidst ass and belly

También el jugador es prisionero

   Apoyó la mano sobre el mármol frío y sus dedos todavía húmedos dejaron cinco cicatrices translucidas. La tenue luz que se filtraba por la persiana a media asta cargaba el monoambiente de un gris que emulaba el de la mesada que acababa de rasgar. Afuera otro chaparrón veraniego parecía inevitable.   Un rayo de luz se dobló en su iris en el ángulo correcto como para, por una fracción de segundo, hacerlo alucinar un fantasma sentado en la silla de la computadora. Una tosca fotografía de él : pura silueta, puro recuerdo subconsciente del contacto de su piel. Lo corrió de su lugar y, todavía semidesnudo, se sentó a terminar de leer el poema de Ascasubi. El examen final que estaba preparando, y algunas otras cuestiones, lo tenían lo suficientemente ansioso como para haber necesitado aquella ducha en primer lugar. Toda la cosa le estaba llevando mucho más tiempo del que estaba dispuesto a reconocer y hacía relativamente poco que al amparo de la mitología borgiana sobre los cuchilleros h